Estamos en octubre, mes de San Judas Tadeo, el patrono de las causas imposibles. Miles de personas en todo el país cargan y velan su imagen pidiéndole trabajo, salud y justicia, agradeciéndole, muchas veces, por “el simple hecho” de seguir vivos. Le rezan porque nadie más los escucha y lo veneran porque pareciera que al menos responde en silencio.
Entre incienso y pirotecnia, el país entra en procesión y mientras las multitudes avanzan entre plegarias, en otro escenario, el Estado celebra su propia devoción. Ahí se reparten bendiciones en forma de sobres, en vez de túnica se usa chaleco guinda y aunque no se cura, se promete alivio. Es así como el milagro se lleva a cabo: el Estado baja de su camioneta machuchona y reparte consuelo. No reparte justicia, no reparte derechos, pero sí veinte mil pesos en efectivo. Y los damnificados, por lluvia o enfermedad, levantan ese sobre al cielo, llorando y agradeciendo. Así, la tragedia se suspende, la cámara registra el acto y el poder se redime a sí mismo.
En nuestro México, los desastres y enfermedades no se previenen ni contienen: se exorcizan. Los hospitales no se equipan y las enfermedades no se controlan: se encomiendan. Porque lo importante no es prevenir, contener, reparar ni controlar, sino aparecer. En un país donde la fe suele pesar más que la evidencia, la presencia del funcionario en turno es casi un acto sagrado, prometiendo mientras sonríe y el pueblo respira como quien ahora ha sido diagnosticado con esperanza.
En los pasillos de los hospitales, el rito es el mismo: filas, súplicas, madres que esperan una caja de medicamento para sus hijos, pacientes que ruegan por una cita, médicos que trabajan sin recursos “pero con fe”. Todos repiten esa tradicional letanía nacional: “Dios quiera que hoy sí haya medicamento”, “A ver si hoy sí me toca entrar a cirugía” y cuando llega esa dosis, esa consulta, esa intervención, se recibe como un milagro, pues en México, la salud no es un derecho, es una gracia divina.
Si bien esta realidad parece grotesca, es perfectamente lógica. Lo más grave: el ciudadano no exige, al contrario, agradece. Nos implantaron ya la idea de que el sufrimiento es ahora virtud, la carencia es prudencia y el dolor es fe. La pobreza es ahora señal de “honestidad” y la austeridad es vista como “prosperidad”.
Mientras que San Judas ofrece favores, el gobierno reparte apoyos. El santo tiene su templo y el funcionario su tarima. Eso sí, ambos viven de la fe, pidiendo devoción a cambio de presencia. El pueblo fiel, no distingue, pues agradece igual, aunque el milagro sea temporal, aunque la enfermedad regrese o las promesas se disuelvan en la siguiente inundación.
Lo más trágico no es la miseria del monto entregado o la falta de insumos: es la humillación. En nuestro país, agradecer se ha vuelto una forma de supervivencia y el Estado lo sabe. Entiende que el llanto limpia más que una auditoría, que la emoción cura mejor que la quimioterapia y que el abrazo presidencial sustituye a las políticas sanitarias. Por eso es que, en cada brote, cada desastre, cada hospital que improvisa, se aprovecha para montar su propia procesión, con sus estampitas ahora logotipo y promesas con firma. Así nos vamos año tras año, sexenio tras sexenio, con la culpa, penitencia y absolución. Los hospitales no tienen insumos, pero hay honestidad y las vacunas faltan, pero tenemos entereza moral.
Por eso duelen los videos: porque ver esos rostros que sonríen al recibir veinte mil pesos, al tener un frasco de medicamento o recibir por fin atención médica, son el reflejo de celebrar el “ser vistos” o estar agradecidos porque, por un instante, el Estado se acordó de ellos.
Octubre ya se va, San Judas vuelve a su nicho y los sobres también se acabarán, las despensas y otros “apoyos” también. La justicia no llegó, pero el milagro sí: en forma de veinte mil pesos, unas cuantas cajas de alimentos y medicinas y la redención y absolución completa del Estado mexicano.
Amén por ello. Amén, porque en el país de las causas imposibles, la fe siempre llega antes que la salud y la justicia.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre