Siempre defendí a la revolución bolivariana y su proyecto, por considerarlo factible y enfocado a las mayorías. En este espacio compartí, los 6 viajes que hice, invitado por diferentes instituciones, con esa ilusión de aportar algo al proyecto del “Socialismo del siglo XX”. Viví desde la llegada del Comandante Chávez hasta su lamentable transformación de demócrata a querer ser un dios; me tocó el Golpe de Estado de Carmona, el Referéndum Revocatorio y la herencia del poder unipersonal de Chávez a Maduro y al final, testificar la catástrofe a la que llevaron a ese maravilloso País. Maduro, hoy con 11 años de tener el poder, mantuvo el proyecto bolivariano basado en su persona, en sus decisiones, en ese estilo de chunga para gobernar derramando subsidios a los más pobres y peleado con las clases medias y empresarios que incentivan la producción para que participaran en el poder.
En el final del régimen, el chavismo controla hoy a las instituciones electorales, al poder judicial, a los medios de comunicación, al Congreso, habiendo desaparecido a los políticos de oposición, haciendo a las elecciones una burla al electorado, hasta hacer colapsar la economía traducida en inflación y decrecimiento de su PIB. La revolución tuvo sí, algunos logros sociales en salud y educación, donde se utilizaron las reservas petroleras, pero fueron subsidios sin crear mecanismos que incentivaran la productividad individual y la inversión privada, junto –también hay que decirlo-, con presiones de los grandes capitales internacionales. Todo esto hizo que al final el proyecto venezolano polarizara a la población en medio de un modelo económico centralmente planificado que terminó haciendo improductivas a las empresas nacionalizadas ahuyentando a los capitales nacionales y extranjeros, provocando una inflación galopante traducida en especulación y desabasto de alimentos. Y lo peor: pobreza generalizada y éxodo al extranjero de 5 millones de talentos.
Lo siguiente es conocido: inseguridad, empresas estatales quebradas, corrupción, salidas de capitales, desabasto y pobreza. Un régimen que quiso en su origen repartir la riqueza, olvidó activar el motor para generarla. Es inminente la caída del régimen del eternizado Maduro, pues el pueblo tiene enormes carencias y la infraestructura de servicios públicos colapsa en un País tan rico en reservas naturales y donde la corrupción y el narcotráfico son industrias. Los Estados Unidos quieren el petróleo, pero Maduro al perpetuarse y negarse a reconocer triunfos de la oposición, creó las condiciones para la intervención norteamericana, sin construir la concordia. Me duele la realidad de cantidad de tantos amigos talentosos que debieron emigrar a otros países, en busca de mejores horizontes.
Nicolás Maduro se sostiene en Venezuela hoy con el apoyo del ejército y de los beneficiarios de los programas sociales en un escenario todavía, de altos precios del petróleo. El otorgamiento del Nobel de la Paz a María Corina es ya otra presión para el dictador. Es cierto que los norteamericanos quieren vulnerar la soberanía y explotar sus riquezas naturales, y tienen en la dictadura y a sobredimensionar la economía del narcotráfico, los pretextos para una guerra tecnológica asimétrica, porque son el ejército más poderoso de la tierra. Estamos frente a una nueva fórmula de intervención militar y política que prepara el imperio para Venezuela.
El “socialismo del siglo XXI” parecía el camino deseable para economías con enormes diferencias sociales para que se concentrara en el Estado la dinámica económica. Pero cometieron grandes errores al canalizar los mejores años del chavismo con precios altos del petróleo para solo entregar dádivas a las grandes mayorías empobrecidas para obtener votos, junto a reformas agrarias e industriales que no se tradujeron en productividad, sino en la pérdida de la producción nacional en medio de una enorme corrupción de los grupos políticos del chavismo y así, se abrió con la tiranía, el pretexto para la intervención. Si las transformaciones sociales que busca la izquierda en América Latina se basan solo en estrategias de concentración de poder sin el juego democrático indispensable y sin la productividad creada por todos los actores económicos, nuestros países latinoamericanos, no tendrán futuro. Por eso, después del fracaso económico del chavismo, le llegó su hora a Venezuela.