La historia del cuadro guadalupano, que millones veneran como un milagro y que otros admiran como obra de arte, siempre ha estado envuelto en un halo de misterio donde lo divino se entremezcla con lo terrenal y las certezas se desvanecen entre pinceladas, dogmas y silencios. En esa frontera difusa emerge una pregunta casi herética, pero imprescindible: ¿a quién pertenecen los derechos de autor de la imagen más influyente de México: al cielo o a la tierra? El cuestionamiento no es menor. La figura es utilizada para promocionar ropa casual, estampas, tiendas y hasta discursos políticos; su uso es profano y divino, profuso y difuso, como su propiedad intelectual, en los derechos de autor.

En una entrevista publicada por a.m. el 28 de julio de 2002, el reconocido restaurador José Antonio Flores Gómez narró su intervención en la tilma guadalupana. Lo que encontró distaba del relato milagroso. Observó estragos propios de cualquier obra humana: humedad, hongos, repintes y descarapeladuras. “Si es una imagen divina, pensé, no tiene por qué descarapelarse”, confesó. Estudió la trama con un simple cuentahilos y descubrió que no era de ixtle, como dicta la tradición, sino de algodón finamente tejido. 

Además, detectó cuarteaduras horizontales provocadas por haber estado el lienzo doblado en algún momento. Calculó que al menos veinte restauradores habían intervenido la imagen antes que él y señaló que los pigmentos originales eran al agua, lo que explicaba su fragilidad. Su testimonio abrió una grieta en la narrativa oficial: la imagen venerada había sido tratada, restaurada y transformada durante siglos.

Aquella grieta se ensanchó con los estudios del experto en arqueomicrobiología Leoncio Garza Valdés, de la Universidad de Texas, convocado por el entonces cardenal Norberto Rivera. Al aplicar filtros ultravioletas de última generación, descubrió lo impensable: bajo la guadalupana actual existen otras dos imágenes previas. La primera, fechada en 1556 y firmada por Marcos Aquino Cipac, sería una réplica fiel de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, España. La segunda, de fisonomía más indígena, correspondería al siglo XVII. La tercera, la que hoy se exhibe en la Basílica, estaría sobrepuesta a ambas y quizá sea obra del artista novohispano Juan de Arrúe. La “imagen milagrosa”, entonces, sería el resultado de manos humanas, estilos superpuestos y siglos de intervenciones…

Mientras la obra se consideraba a la luz de la ciencia, el cardenal Norberto Rivera negociaba por 12.5 millones de dólares los derechos de explotación exclusiva de la imagen con la empresa estadounidense Viotran, dedicada a transferencias y órdenes de pago entre México y Estados Unidos. El acto, más cercano a una operación financiera que a un gesto pastoral, detonó un debate profundo: ¿puede venderse un símbolo cuya autoría, según la fe, pertenece a lo divino?  ¿Y con qué legitimidad?

Los especialistas en derechos de autor fueron categóricos: el convenio era ilegal. La jerarquía católica no podía reclamar propiedad de derechos autorales, pues no existe autor identificable. El asunto llegó a un tribunal competente que, tras enredarse en alegatos y tecnicismos, el juzgador hizo la pregunta fundamental: “Digan quién es el autor del cuadro”. Los representantes de la Basílica respondieron sin dudar: “Es una obra creada por una entidad divina”. Al escuchar esto, la expresión del juzgador se iluminó: se declaró incompetente para juzgar asuntos divinos, y recalcó que solo podía intervenir en asuntos de este mundo. Y si la imagen es celestial, sostuvo, no pueden registrarse en este mundo terrenal los derechos de autor…

En esa paradoja luminosa reside su fuerza: la guadalupana es demasiado celestial para la ley y demasiado humana para el dogma. Su propiedad, si la tiene, pertenece al imaginario colectivo, no a una corporación religiosa ni a una empresa mercantil de remesas. Tampoco, a la lotería que promocionó el cardenal Norberto Rivera, el “Ráscale Guadalupano”, un jugoso negocio para hacer obras pías, según la explicación de la Arquidiócesis: “Hay que rascarle con fe, la virgencita es muy milagrosa…”

 La Virgen de Guadalupe es un símbolo que escapa a registros, contratos y marcas. No se posee; se comparte. En esa tensión entre el cielo y la tierra, entre pinceles y milagros, la pregunta perdura: ¿de quién son, en verdad, sus derechos de autor?

P.D. ¡Feliz Navidad…Hasta el próximo año!

alejandropohls@prodigy.net.mx

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