León, Guanajuato.- Callada, con la solemnidad que la fecha amerita y una habilidad que impresiona, María Elena Gómez, de pie frente a un pequeño altar de muertos dentro de su vivienda, elabora flores de papel maché color naranja. Las ata con un cordón y, sin dejar de trabajar, comenta con una leve sonrisa:

Son cempasúchil para la tumba de Edy”.

Esas mismas manos, dos años atrás, en un paraje cercano a una cañada de la zona conocida como Los Castillos, en León, Guanajuato, sostuvieron con un palito y un guante de látex un cráneo blanco mientras aseguraba: “¡Chío, es mi hijo!”.

María Elena recuerda que el 10 de marzo de 2021 su hijo Eduardo salió por última vez y jamás regresó. Era un joven solitario, de oficio carpintero y de 26 años. Edy había caído en las adicciones, un problema que se agravó tras la ruptura con la madre de su hijo.

Las drogas de ahora les queman las neuronas”, asegura. En Los Castillos, zona donde vivía su expareja y que solía visitar con la intención de ver a su hijo, lo conocían como “El que camina solo”.

Desde la desaparición de Eduardo, Elena volcó todos sus esfuerzos en encontrarlo. Dejó su empleo, cambió de domicilio y comenzó a buscarlo por la zona donde testigos afirmaban haberlo visto por última vez, adentrándose en el cerro. Durante ese tiempo perdió 16 kilos y su salud se deterioró por el estrés y la falta de alimento.

Recuerda que en una de las búsquedas acudió acompañada por personal de la Fiscalía, pero no encontraron nada. Fueron dos años y siete meses de caminatas, búsqueda y desesperación.

María Elena halló a su hijo con sus propias manos

En esa angustiosa travesía, Elenita, como cariñosamente la llaman sus compañeras del colectivo Unidos por los Desaparecidos de León, se unió a los más de 190 grupos de búsqueda registrados ante la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) en México. Ella se convirtió en una madre buscadora.

Elena fundó el colectivo junto a Rocío (Chío) y Mercedes. La labor de la madre buscadora es motivada por la desesperación.

Nosotras no nomás buscamos al nuestro, buscamos a los de las demás”, dice Elena.

Con el tiempo, Elenita se especializó en “varillar”, técnica que consiste en introducir una varilla en montículos de tierra removida o con formaciones extrañas para después olerla y detectar si bajo ella hay un cuerpo en descomposición. Afirma que esta acción ha ayudado a que otras madres encuentren a sus hijos.

Fue hasta la mañana del 15 de octubre de 2023 cuando, tras recibir un mensaje anónimo, emprendieron una nueva búsqueda por la zona de Los Castillos. Después de caminar unos veinte minutos, María Elena vio algo cerca de una barranca: un cráneo blanco y prendas que identificó al instante.

“Chío, es mi hijo”, aseguró. Se colocó un guante de látex y le compartió el otro a Chío. Revisó el cráneo y comenta que las ropas, la zona y unos dientes característicos de Eduardo le dieron la certeza de que había encontrado a su hijo.

La osamenta de Eduardo no tenía huellas de violencia.

A él no me le hicieron daño. Yo lo revisé y él no tenía daño. Él se fue a morir allá”, dice con serenidad.

El 30 de octubre de 2023 le entregaron el cuerpo. Lo velaron y posteriormente lo sepultaron. Hoy, María Elena coloca un altar de muertos en memoria de su hijo, entre fotografías, veladoras y flores de papel maché que ella misma confeccionó. En él también recuerda a otros familiares, pero es Edy quien tiene el lugar principal.

Cuenta que en su momento más oscuro oraba:

Dios mío, no me quiero morir sin saber cómo es el encontrarlo”.

Y se le concedió.

Aun con los pies cansados, María Elena asegura que seguirá buscando.

“Esto es mi terapia”, finaliza la madre buscadora.

AAK

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