Con la celebración del domingo de Ramos nos introducimos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Hoy Jesús entra como Rey glorioso a Jerusalén; pero la esencia de su entrada gloriosa no está solo en el hecho de que es aplaudido y que le tienden ramos a su paso. Lo glorioso de su entrada debemos centrarlo, sobre todo, en que llega a Jerusalén para manifestar la plenitud del amor de Dios. Bien dice San Ireneo: “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva”, y efectivamente, sin el amor de Dios manifestado en la Cruz de Cristo, el hombre quedaría condenado a la muerte. Sí, condenado a la muerte, pues, sin el amor de Dios, el hombre nunca deja de condenar a otros y de firmar su propia condena.
En la lectura de la pasión, escuchamos a la muchedumbre que, movida más por ignorancia y sentimientos equivocados, pide que Jesús sea condenado. Por eso, dicen a Pilato: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. No olvidemos: cuando condenamos a Jesús, nos condenamos a nosotros mismos, pues es condenar el Amor, la fuente del amor.
Sin el amor de Dios también los tibios se alían con la muerte, como sucedió con Pilato, quien sin entender nada, preguntaba sobre Jesús: “¿Qué mal ha hecho este hombre?” Pero, sin encontrar maldad en Él, termina firmando la sentencia de la Cruz para el inocente. Así se firman muchas sentencias; sin saber la verdad de la vida y de la dignidad humana, se firman sentencias para matar inocentes, para desfigurar la belleza de la familia, para discriminar a quien vive alguna discapacidad, para abandonar a un niño o un anciano en un asilo, etc.
Jesús, ante la infinitud de sentencias injustas, sólo tiene una sentencia que proclama desde la Cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Aceptemos esta justificación que Jesús hace por nosotros frente al Padre. Resurjamos desde el amor sublime que Cristo nos ofrece desde la Cruz, nueva sede del amor divino.
En ese amor que nos da vida, meditaremos profundamente el viernes santo. Jesús entró glorioso a Jerusalén para establecer en la Cruz la sede del amor divino. Amor que nos lleva a la vida nueva, como la celebraremos en la vigilia pascual el sábado por la noche.
Detengámonos en estos días para meditar, saborear y agradecer este Misterio de Amor que nos da Vida.