Uno de los grandes ejemplos de divulgador científico fue el astrofísico Carl Sagan, quien, en los años 80, con su programa “Cosmos: un viaje personal”, difundió la historia de la ciencia, la astronomía, la conciencia sobre la especie humana y el lugar que ocupamos en el universo. Una verdadera delicia.

Esa imagen de divulgador científico representaba un enfoque de comunicación de conceptos complejos de manera clara, precisa y confiable, sin sacrificar la integridad científica ni la evidencia disponible. Fomentaba el pensamiento crítico, el asombro por el conocimiento y la comprensión profunda de los principios científicos, haciendo la ciencia accesible a las masas, pero sin perder el respeto por la rigurosidad de los datos y la evidencia.

Hoy en día nos enfrentamos a otra figura: la del influencer relacionado con la ciencia (y la medicina no es la excepción). Se distingue por su presencia destacada en redes sociales y su capacidad para generar contenido atractivo, emocionalmente resonante o entretenido, lo que le permite alcanzar a un público sumamente amplio. Si bien pueden parecer similares, existen diferencias sustantivas en la motivación y el propósito de sus actividades: los divulgadores científicos buscan educar, hacer que las personas piensen y cuestionen de manera informada, basándose en hechos verificables y teorías bien fundamentadas. Funcionan como un puente entre el conocimiento especializado y el público general, asegurándose de que lo que comunican sea correcto y fundamentado. El influencer, por otro lado, aunque pueda ser médico o científico, prioriza la forma (imagen, estilo y accesibilidad de la información) sobre el fondo. Su objetivo es generar interacción rápida y emocional, incluso a costa de la profundidad o precisión de la información.

Este fenómeno conlleva un riesgo mayúsculo: la simplificación excesiva de las disciplinas científicas o médicas para maximizar el impacto viral y aumentar seguidores, vistas y reproducciones. Con frecuencia, esto lleva a priorizar temas sensacionalistas o convertir la medicina en un show, más que en una verdadera educación en salud. Los incentivos están alineados con divulgar contenido que atraiga atención, aunque no sea el más preciso o completo, ya que métricas como “me gusta” o “comentarios” determinan su visibilidad.

En la distopía informativa en la que parecemos vivir, los conceptos se difuminan y la información es manipulada para servir a ciertos intereses. En el contexto de las redes sociales y otros medios, parece haber un esfuerzo por moldear la información médica de acuerdo con las expectativas de las plataformas, en lugar de representar la realidad científica de manera precisa y responsable. El control de la información ya no se limita a la censura, sino que también implica la creación de una nueva realidad basada en contenido superficial o banal, cuyo único propósito es mantener la atención del público, sin importar la precisión de los datos. Esto puede diluir o distorsionar la verdad en cuestiones tan críticas como la salud, con graves implicaciones a largo plazo. 

Esta nueva dinámica puede pervertir la percepción de lo que significa ser médico o científico. En lugar de ser vistos como guardianes del conocimiento y la evidencia, algunos profesionales de la salud se convierten en figuras de entretenimiento, comprometiendo su integridad en busca de reconocimiento o conexión con el público. Con frecuencia, estos influencers médicos o científicos caen en la tentación de adoptar un discurso que atraiga más visitas, aun cuando este sea impreciso, incorrecto o incluso falso. Y cuando la audiencia adopta esta nueva realidad, se pierde de vista lo que debería ser la base de cualquier disciplina seria como la medicina: la búsqueda de conocimiento riguroso, la responsabilidad ética y el respeto por la complejidad de los problemas.

Es imprescindible que los médicos y científicos divulguen, eduquen y participen en espacios públicos. Y qué mejor si lo hacen en formatos atractivos. Sin embargo, debemos ser conscientes del poder que tenemos para influir en la percepción pública y de la necesidad de preservar la integridad de nuestra disciplina, sin sucumbir a las exigencias de las plataformas digitales ni a la seducción de la fama, el engagement, los seguidores, las vistas o las reproducciones.

Un tema digno de reflexión, estimado lector. Y, por último, cuídese del influencer, merolico o charlatán vestido con bata blanca.

Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.

 

RAA

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