En el corazón de Silicon Valley, donde la máxima de “muévete rápido y rompe cosas” ha
remodelado el mundo moderno, se está traspasando una nueva y más íntima frontera: el
embrión humano. Aquí, entre la élite tecnológica que cree que todo sistema puede ser
hackeado y optimizado, está creciendo una obsesión: la búsqueda de crear un bebé con un
alto coeficiente intelectual (CI). Este movimiento, documentado en el artículo de Katherine
Bindley para The Wall Street Journal, “Inside Silicon Valley’s Growing Obsession With
Having Smarter Babies” (“La creciente obsesión de Silicon Valley por tener bebés más
inteligentes”), no se trata simplemente de una ventaja educativa. Es una manifestación
moderna y basada en datos de un antiguo deseo humano de controlar la herencia, que hace
eco de la obscura historia de la eugenesia mientras se reviste con el lenguaje elegante del
biohacking (bio-manipulación) y de salud preventiva.
Los métodos empleados son un testimonio del tecno-optimismo. Las mujeres embarazadas
ingieren cócteles sofisticados de suplementos como colina y melena de león, basándose en
cuestionables estudios con roedores. Se colocan altavoces especializados en sus vientres
para transmitir Mozart o cintas en idiomas extranjeros. Después del nacimiento, las tareas
para incrementar el CI, se intensifican. Los bebés se monitorean; su sueño, nutrición y
estados de ánimo son meticulosamente rastreados en hojas de cálculo y aplicaciones. Las
fórmulas infantiles personalizadas prometen ventajas cognitivas superiores incluso a la
leche materna. Algunos se adentran en el territorio más controvertido: usar el Diagnóstico
Genético Preimplantacional (DGP) durante la Fecundación In Vitro (FIV) no solo para
detectar enfermedades devastadoras como Tay-Sachs, sino para seleccionar embriones
basándose en puntuaciones de riesgo poligénico que predicen una probabilidad estadística
de un mayor CI y un menor riesgo de enfermedades mentales.
Este impulso está enraizado en las creencias centrales del Silicon Valley: los datos se
pueden decodificar, cualquier sistema complejo se puede mejorar, y que el potencial
humano no es una lotería fija, sino un recurso maleable. Para una comunidad que ha
construido fortunas con algoritmos, aplicar esta lógica a su propia descendencia parece una
progresión natural. Es el movimiento de “cuantificación y manipulación algorítmica” aplicado a la creación de la vida misma. Como señaló uno de los padres en el artículo de Bindley, el miedo es que, si no participas en esta carrera armamentística, tu hijo se quedará atrás en genética y epigenética ambientalmente mejorada, respecto a sus pares.
Para comprender la profunda incomodidad que inspira esta tendencia, debemos mirar hacia atrás, al movimiento eugenésico original. El término fue acuñado en 1883 por Sir Francis Galton, primo de Charles Darwin, quien lo definió como “la ciencia de mejorar el linaje… para dar a las razas o cepas de sangre más adecuadas una mejor oportunidad de
prevalecer rápidamente sobre las menos adecuadas” (Galton, 1883). Galton estaba
obsesionado con la inteligencia, que creía era abrumadoramente hereditaria. Su trabajo, y el de sus seguidores, buscaba aplicar los principios de la cría selectiva a las poblaciones
humanas.
Esta filosofía encontró rápidamente un punto de apoyo en los Estados Unidos durante la
primera mitad del siglo XX. El movimiento eugenésico estadounidense llevó a la
esterilización forzada de decenas de miles de ciudadanos considerados “débiles mentales”
o no aptos, una práctica respaldada por la Corte Suprema en el caso Buck v. Bell de 1927,
donde el juez Oliver Wendell Holmes declaró infamemente: “Tres generaciones de
imbéciles son suficientes”. Esta ideología, centrada en eliminar a los “no aptos”, se conocía
como eugenesia negativa. Se basaba explícitamente en la creencia de que rasgos
complejos como la inteligencia y la moralidad eran unidades simples y heredables, una
simplificación excesiva de la genética que la ciencia moderna ha desacreditado por
completo. La aplicación más horrible del movimiento fue, por supuesto, en la Alemania nazi, que utilizó las leyes eugenésicas estadounidenses como modelo para sus propias “políticas de higiene racial”, que culminaron en el Holocausto.
La nueva obsesión de Silicon Valley no es una eugenesia negativa impuesta por el estado;
es una forma privatizada y impulsada por el consumidor de lo que una vez se llamó
eugenesia positiva: el fomento de la reproducción entre los “genéticamente superiores”. El
lenguaje ha cambiado de la pureza racial a la optimización cognitiva (alto CI), pero la
premisa subyacente (de que podemos y debemos diseñar un ser humano “mejor” mediante
la reproducción selectiva) guarda un parecido inquietante. Las herramientas modernas son
mucho más sofisticadas, pero la visión reduccionista del valor humano permanece.
Para esta empresa el concepto de Coeficiente Intelectual (CI) es fundamental. La historia de las pruebas de CI está en sí misma plagada de controversias. Inicialmente desarrollado por Alfred Binet en Francia para identificar a niños que necesitaban apoyo educativo, el test fue utilizado radicalmente por psicólogos estadounidenses como Lewis Terman y Robert Yerkes. Lo usaron para argumentar a favor de la superioridad intelectual innata de ciertas razas y clases sociales, proporcionando un barniz “científico” a los prejuicios y las
restricciones de inmigración (Gould, 1981). Hoy, si bien las pruebas cognitivas son más
refinadas, la idea de que un solo número puede capturar la naturaleza vasta y multifacética
de la inteligencia humana sigue siendo muy debatida. Los neurocientíficos ahora entienden
la inteligencia como una compleja interacción de genética, entorno, nutrición, educación y
puro azar. Sin embargo, la obsesión tecnológica con los “bebés más inteligentes” a menudo
se basa en una visión estrecha y cuantificable del intelecto.
Los fundamentos científicos de muchas de estas estrategias para mejorar el CI de los bebés
también son endebles. Si bien los estudios muestran una correlación positiva entre un
entorno enriquecedor y estimulante y el desarrollo cognitivo, las ganancias marginales de
suplementos costosos son a menudo insignificantes o inexistentes en ensayos humanos
rigurosos. El salto de un estudio con ratones en un laboratorio a un bebé humano en Palo
Alto es un abismo lleno de variables desconocidas y potenciales consecuencias no
deseadas. Como ha argumentado el renombrado psicólogo Richard Nisbett, si bien la
heredabilidad juega un papel, los factores ambientales como la escolarización y el entorno
familiar tienen un impacto profundo y duradero en el CI, superando las intervenciones
prenatales especulativas (Nisbett, 2009).
Además, este movimiento amenaza con abrir una nueva brecha de desigualdad: una
división biológica. Si solo los ricos pueden permitirse gastar miles de dólares en pruebas
genéticas y alimentos para bebés de formulación personalizada, nos arriesgamos a crear
una sociedad donde la élite no solo esté, cultural y económicamente, en ventaja sino
genéticamente mejorada desde el nacimiento. Esta es la expresión máxima de lo que el
filósofo Michael Sandel llama el “impulso hacia el dominio”—una forma hiper-agresiva de
paternidad que busca eliminar la imprevisibilidad y el potencial abierto de un niño en favor
de un producto prediseñado y optimizado.
En conclusión, la búsqueda de bebés más inteligentes en Silicon Valley es más que una
subcultura peculiar; es un termómetro social. Representa la colisión de una riqueza
inmensa, un poder tecnológico y una ansiedad generalizada sobre el futuro. Aunque se viste con el lenguaje de la salud y el amor, hace eco incómodo de la eugenesia, re-empaquetada para la era digital. El desafío que presenta no es meramente científico, sino profundamente ético. Nos obliga a preguntar: en nuestro afán por perfeccionar a nuestros hijos, ¿podríamos estar despojándolos de la esencia misma de lo que significa ser humano: lo defectuoso, lo inesperado y lo no diseñado. El camino hacia un bebé más inteligente puede, al final, conducirnos a una humanidad tal vez más pobre.
Referencias:
Bindley, K. (2023, November 11). Inside Silicon Valley’s Growing Obsession With Having
Smarter Babies. The Wall Street Journal: https://www.wsj.com/articles/inside-silicon-
valleys-growingobsession-with-having-smarter-babies-19b60d7c
Galton, F. (1883). Inquiries into Human Faculty and Its Development. London: J.M. Dent &
Sons. Gould, S. J. (1981). The Mismeasure of Man. New York: W.W. Norton & Company.
Nisbett, R. E. (2009). Intelligence and How to Get It: Why Schools and Cultures Count.
New York: W.W. Norton & Company. US Supreme Court case: “Buck v. Bell,” 274 U.S. 200
(1927); April -2-1927 to May-2-1927.
*El Dr. Manuel Servin Guirdo es ingeniero de la Ecole Nationale Supérieure des Télécommunications en Francia (1982) y Doctorado en Ciencias (Óptica) por la Universidad de Guanajuato (1994). El Dr. Servin tiene más 250 artículos científicos publicados con 6544 citas en Google Scholar. Actualmente es investigador en el Centro de Investigaciones en Óptica, A.C. (CIO)
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