Hace poco leí que no debemos esperar nada de nadie, es decir, no tener ningún tipo de expectativa sobre las personas, no esperar reciprocidad de interés o atención de alguien más, pero, ¿Qué conlleva esto? suele ser inevitable que no anhelemos, es un acto inherente a la convivencia humana y el no hacerlo, puede derivar en relaciones vacías, carentes de sentido y de conexión genuina, y afecta tanto al ámbito personal como al laboral, el cual se da con mayor estructura y especificaciones, el contratante emite una vacante que exige el perfil idóneo para un cargo específico, con sus habilidades blandas y cualidades profesionales, así como contar con habilidades, capacidades que otorguen un desempeño, adecuado y cumplir con los estándares de la institución o empresa, y engloba la expectativa del empleador. Es decir, te contratas para un objetivo determinado.
No obstante, la expectación que se tiene sobre algo o alguien, en el aspecto personal o laboral y la realidad no concuerda, generalmente da paso a un sentimiento de frustración, incomodidad y trae consigo desilusión. El análisis posterior pocas veces se lleva a cabo, identificar el por qué no sucedieron las cosas como se habían planeado y la dirección se centra en el resultado, y en justificar los contras de la situación, además de vivir un proceso de adaptación modificada para reducir el impacto emocional y el conflicto interno que se produce, entra en juego la resiliencia como clave para sobrellevar el momento y seguir adelante a pesar de la decepción, y aunque este esquema parece bastante normal, el persistir en la idea y buscar el cumplimiento debe ir acompañado de acciones diferentes, es decir, un nuevo contexto puede permitir retos nuevos e identificar con madurez lo útil y desechar lo que no.
Erróneamente los mayores creemos que las nuevas generaciones no valoran ni luchan por ideales, que sus relaciones se resumen a sus pláticas virtuales, y pocas veces somos empáticos con las herramientas que tienen y si partimos de esta idea, no es tan sencillo que entablen relaciones duraderas y estables, sin considerar que viven en un mundo muy diferente y que sus estándares son globales y no locales, lo que les genera una gran competencia sumado al fácil acceso a la información instantánea que muchas veces les desinforma y distorsiona su percepción de su propio progreso.
Independientemente de las diferencias generacionales, se debe permitir la posibilidad de ajustar expectativas según las circunstancias y valores prioritarios y ritmo de cada quien, lo que otorga un manejo más adecuado, donde la honestidad de reconocer en qué plazo hay forma de lograr algo a corto, mediano largo, en esta dinámica y para evitar dejarnos sorprender en caso de no obtener éxito, abre la posibilidad de acudir a la flexibilidad mental, misma que nos permitió todas las herramientas para crear en nuestra cabeza escenarios y situaciones con la creencia de volverlos realidad.
¿Qué pasa cuando nosotros somos quienes debemos cubrir la expectativa de alguien más?, responder con ciertas conductas, acciones y resultados, puede ser una carga invisible, un peso que a veces ni siquiera sabemos que llevamos de no ser suficientes.
El impacto depende por mucho de la comunicación y confianza, pero también de lo rigidez o flexibilidad de la relación.
Si la relación es de alta prioridad es válido esfuerzo, y ahí entra en juego el reconocimiento de nuestras propias capacidades y límites. La clave es construir relaciones donde las perspectivas sean realistas, mutuas y, sobre todo, poder negociarlas.
Lo que nos otorga libertad y nos permite ser auténticos, para que en lo posible se cumplan la mayoría de nuestros anhelos y debe caber la idea de que no siempre seremos lo que otros esperan, y está bien.
Lo importante es ser leales a nosotros mismos, encontrar espacios donde podamos ser aceptados sin condiciones, las conexiones más sinceras no se basan en exigencias, sino en comprensión y respeto recíproco.