El cambio en Chile ha sido ejemplar en la conducta tanto del triunfador como de los perdedores. El alto sentido de la civilidad política y humana nos recuerda el cuadro de Diego Velázquez titulado “La rendición de Breda” o “Las lanzas”. El lienzo está en el Museo del Prado, en Madrid. No nos cansamos de verlo una y otra vez en todos sus detalles, sobre todo en la postura aristocrática del general Ambrosio Spínola, representante de la Corona española, quien pone su mano en el hombro del derrotado Justino de Nassau, defensor de Breda. Spínola no permite que su contrincante se arrodille para entregar las llaves de la ciudad. Lo hace con un gesto de benevolencia como si saludara a un viejo amigo.

El cuadro es todo un tratado de política; acentúa la cortesía, la mesura y la consideración hacia el derrotado. Caballerosidad de gente superior. Postura natural de los estadistas. Los discursos del presidente electo de Chile, José Antonio Kast, recuerdan a Spínola. Ante la prensa argentina, dijo que se reunió y se reunirá antes de Navidad con Michelle Bachelet, expresidenta de centro izquierda de Chile y aspirante a dirigir las Naciones Unidas. También con el presidente Gabriel Boric y con Eduardo Frei Ruiz-Tagle. La izquierda, la democracia cristiana y la derecha representan las principales corrientes políticas de Chile. Kast dice que será presidente de todos los chilenos y que escuchará a todo aquel que quiera lo mejor para su país, sin importar su ideología.

El llamado candidato “ultraderechista” no suena como tal. Tal vez lo califiquen así porque no tiene empacho en decir que Nicolás Maduro es un dictador en Venezuela y que hace un gran daño a Latinoamérica. El mismo presidente saliente, Gabriel Boric, había juzgado igual a Maduro. Con los años se aprende que hay buenos estadistas tanto de izquierda como de derecha o de centro. Felipe González transformó España desde el PSOE; Margaret Thatcher cambió el destino de Inglaterra desde el conservadurismo de derecha. Los buenos presidentes se convierten en estadistas cuando ven por el bien de todos los ciudadanos, cuando ven por el futuro. Dentro de un mismo país, como Estados Unidos, hay visionarios liberales, como Bill Clinton, y conservadores inspirados, como Ronald Reagan. Podemos confiar más en la competencia de los líderes que en las ideologías y sus dogmas.

Durante más de siete años México vive una división interna entre políticos y partidos políticos. Nunca el presidente Andrés Manuel López Obrador se reunió con los representantes de la oposición; jamás escuchó ideas distintas a las de su doctrina y siempre despreció toda crítica constructiva a su gobierno. Lo mismo sucede en el actual sexenio. Lo podemos llamar maniqueísmo o reducción de la realidad al bien y al mal; al blanco y al negro; al neoliberalismo o a la 4T, cualquier cosa que eso sea.

Imaginemos por un momento que nuestra presidenta, Claudia Sheinbaum, se reuniera con Xóchitl Gálvez para intercambiar ideas, o con Enrique de la Madrid o con Guadalupe Acosta Naranjo, su excompañero en el PRD. Sería un soplo de viento fresco sobre la política nacional. Porque no podemos vivir con las uñas afiladas ni con jalones de cabello, como vimos antier con las diputadas de la CDMX. El respeto, la educación política y la categoría deben venir de todos los que gobiernan o aspiran a gobernar. Lo llamamos civilidad o simplemente buena educación. Recordemos: lo cortés no quita lo valiente.

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