Para esta Navidad fría e incierta, no hay mejor regalo que una carta; una misiva dirigida a un hijo o hija, a una amiga, a un padre o madre, cuñada, nuera, suegra, hermana, y hasta a un exnovio o exmarido. Escribir una carta nos permite decir muchas cosas que no nos atrevemos a expresar en persona. La escritura de una carta nos ayuda a reflexionar sobre malos entendidos, cambios de opinión y a pedir disculpas sin dramatizar y mucho menos hacerlo con reproches. Una carta resulta más íntima que una conversación; las palabras se las lleva el viento. Una carta se puede leer varias veces, tiene la virtud de conservarse, si así se desea, durante mucho tiempo; es un testimonio imborrable. Una carta escrita, con motivo de estas fiestas, ayuda a acercarnos de una manera más íntima y más sincera. Es como si estuviera dirigida a nosotras mismas: “para Guadalupe de Guadalupe”. No importa si no se envía, lo que cuenta es escribirla con el corazón en la mano; expresarse, sincerarse y decir aquí estoy, me importas, te quiero y te extraño. Unas cuantas líneas a veces son suficientes y en otros casos, se hace necesario una epístola más larga, más descriptiva y más detallada. En ella, olvidémonos de los rencores, de los malos recuerdos y de las reclamaciones, como se dice en inglés: “never complain, never explain”.

No, no se trata de mandar un whats impersonal y escrito al aventón, se trata de escribir una carta de buena voluntad o de reparación. ¿Cómo explicarle al destinatario o destinataria que nos equivocamos, que lo sentimos mucho pero que se está dispuesta a asumir la culpa de lo que nos corresponda? Tampoco se trata de ser cursi o sensiblero, o dramatizar sin ton ni son; lo que se intenta es una nueva cercanía sincera y sin ambages. Ejemplo: “Querida hermana, hace años que rompimos relaciones y no voy a esperar hasta que esté en Gayosso para reparar nuestro desencuentro. Quiero decirte que aquí estoy y que el tiempo pasa muy rápido y que no perdona. El destino quiso que tuviéramos los mismos padres y sin embargo para cada uno de sus hijos fueron muy diferentes según sus circunstancias, edad y su pasado. Si crees que aún no estás preparada para reanudar nuestra relación, lo entiendo y acepto. Dicen que el tiempo lo resuelve todo, démonos tiempo entonces, pero no demasiado. No terminemos por lamentar que ya es too late. ¿Recuerdas lo bien que nos llevábamos antes? Ahora es una pena que no solo nosotras no nos veamos, sino también que nuestros hijos y nietos no lo hagan. Reconciliémonos, en honor a nuestros padres, quienes ya partieron hace mucho tiempo. Yo todavía conservo muchas de nuestras cartas, de la época en que éramos muy unidas. Entonces nos ayudábamos mucho mutuamente, nos prestábamos ropa, nos quejábamos de nuestra mamá y criticábamos horrible a las otras hermanas. Éramos de verdad muy chistosas. Y ahora nos aquejan padecimientos de la edad. Ahora no sé cuántos nietos tienes y dónde vives. ¡Qué tristeza! A pesar de todo, te quiere tu hermana, la menor”.

Imagino que muchos lectores y lectoras piensan que es muy difícil y doloroso escribir este tipo de cartas. ¿Y si lo intentamos, mismo si no la enviamos a su destinatario o destinataria? ¿Y si no conocemos su correo electrónico? ¿Y si tememos que ni lea la carta y que haga caso omiso? No importa, lo que cuenta es habernos expresado, por más que duela y aunque no recibamos respuesta, la carta de reconciliación ya está escrita. Guardémosla en un cajón y, a la primera oportunidad, entreguémosla a quien corresponde.

Por último, me gustaría compartir con mis lectores y lectoras, parte de una carta que escribió Gustave Flaubert al amor de su vida, Elisa Schlésinger, once años mayor que el autor de Madame Bovary, quien tenía 15 años. Elisa vivía en Alemania y él, en Francia, y le escribe en un tono desgarrador: “Siempre pensé que viviríamos juntos hasta el fin de nuestras vidas”. Entonces la señora Schlésinger ya era viuda, pero Flaubert se niega a ir a Alemania. “Le beso las dos manos con todo fervor”. En esa época el autor tenía muchos problemas económicos y, por si fuera poco, su madre estaba a punto de morir. Su amor nunca se consumó, sin embargo, le fue fiel toda su vida desde el momento en que la vio, por primera vez, en la playa de Trouville. Gracias a esa carta sabemos que ella fue la modelo de una de las novelas más importantes de la literatura universal, La educación sentimental.

Escriban su carta, no sin antes desearles de todo corazón: ¡Feliz Navidad!

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