El maestro Juan Jáuregui
Juan Jáuregui tenía al menos dos pasiones vitales: aprender y enseñar. Su partida deja una estela de recuerdos inolvidables para quienes tuvimos el privilegio de su amistad o de sus enseñanzas.
Siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñes”. - José Ortega y Gasset
Juan Jáuregui tenía al menos dos pasiones vitales: aprender y enseñar. Su partida deja una estela de recuerdos inolvidables para quienes tuvimos el privilegio de su amistad o de sus enseñanzas.
Su curiosidad era insaciable porque siempre quería estar al día para impartir sus cursos en su institución llamada “El Colegio de León”. Sus asesorías empresariales siempre obligaban a pensar y a repensar estrategias, tácticas, prejuicios y conocimientos.
Recordamos con qué claridad explicaba el libro “El Arte de la Guerra” de Sun Tsu, o los temas del gurú de la estrategia empresarial, Michael Porter. Su conocimiento era el de un polímata (estudiante universal). Lo mismo daba la cátedra de filosofía que conceptos de negocios o educación. A lo largo de su vida en León, influyó en personas jóvenes y maduras, en mujeres y hombres que disfrutaban escucharlo y, en ocasiones, contradecirlo.
Porque su método era tan viejo como la Grecia platónica: la mayéutica, esa que pregunta más después de cualquier respuesta, esa que usaba Sócrates en Atenas para sacarle a la razón toda su potencia indagatoria. Juan, polemista, no dudaba en discutir a fondo. Era difícil ganarle un argumento aunque siempre tenía palabras gratas después de una refriega intelectual.
Educado en la academia de la Iglesia, con formación aristotélica, gozaba de encontrar temas nuevos. Eran largas las noches en las que estudiaba para transmitir conocimiento, en las que se preparaba para encontrar respuestas.
Juan, durante una época, se embarcó en el apoyo incondicional a Eliseo Martínez Pérez, en su búsqueda del poder perdido después de la traición que le hiciera el PAN. Tuvo la pasión política durante algún tiempo y luego regresó a lo suyo, El Colegio de León, que fue su creación. Cuando lo recordamos, su mirada vuelve a la mente. De ella se desprendía una inquisición completa, en el buen sentido de la palabra.
Juan enseñó a alumnos cuya formación era diversa: ingenieros, licenciados, banqueros y empresarios. La intención era el gusto por el saber. Lo que originalmente significa Filosofía o “amor por el conocimiento”.
Para muchos de sus amigos y egresados del Colegio de León, queda la tarea de mantener vivo el espíritu que lo alentó: enseñar, desde el libre pensamiento, las materias de las humanidades que tanto falta difundir entre todas las generaciones.
Una característica de Juan y su Colegio de León era su capacidad para reunir a mujeres y hombres de distintas edades, siempre con el imán de quien busca horizontes más amplios del espíritu. Algunos aprendimos de Juan temas de negocios y otros se encantaron con la filosofía, sobre todo la de los griegos.
El Colegio de León queda huérfano sin el ánimo presente de su creador. Sería maravilloso que pudiera seguir adelante, que trascendiera a su fundador. Es una posibilidad que podríamos explorar quienes tuvimos la fortuna de recibir el torrente de sus ideas. Sería la mejor manifestación de que su legado no queda en el olvido.
Hay muchas fundaciones en la ciudad y ciertamente falta una que aliente el pensamiento crítico, el conocimiento de las humanidades, con independencia de credos e ideologías.
El conocimiento es el placer de los dioses, decía el Dr. Santiago Hernández Ornelas. También un buen refugio de los mortales.
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