No conocemos todo el mundo, pero dudamos que haya otro país en el que la base de la Salud Pública sean carritos paleteros. ¡Vaya que sí somos únicos! Sólo que, desgraciadamente, no por lo bueno, sino por pretender convencer a la población de que ocurrencias ridículas son en realidad ideas geniales. Lo cual nos lleva al tema del momento: hoy viernes estará nuestra Presidenta en Washington, según esto para el tema del Mundial, y presumen los oficialistas que tendrá ella una reunión con el Presidente Trump.
¡Lástima! Justo ante la coincidencia de que ayer jueves tres millones de empresarios norteamericanos, vía su Cámara de Comercio nacional, en boca de su presidente, Neil Herrington, le expresaron al Gobierno de Trump, representado por su USTR (Representante Comercial de Estados Unidos), quejas bien fundadas sobre México.
“Las recientes reformas constitucionales de México plantean importantes obstáculos a la independencia judicial y la autonomía regulatoria, además de amenazar con socavar la transparencia, la imparcialidad y la protección judicial de los inversionistas de Estados Unidos”, expresaron. “Y aumentan aún más la incertidumbre para los inversionistas estadounidenses”.
Ante esto, ¿qué argumento tendrá la Presidenta Sheinbaum que le suene más convincente al Prince of Orange que los TRES millones de empresarios que se quejan de México y sus “reglas”, reñidas con la certeza jurídica y la protección jurídica del ciudadano frente a un Gobierno que opera monopolios y hace competencia desleal a las empresas privadas (por ejemplo, que el Gobierno maneje mediante sus Fuerzas Armadas una aerolínea comercial)?
No hay forma de que, tras un alegato de la Presidenta, Trump desestime las quejas de sus empresarios, que también son votos para él y su partido.
Como si se tratara de una obra surrealista de Kafka, en mal momento enseña su cuchillo la 4T. Nos referimos a la aprobación en “fast track” de la Ley de Aguas, llevándose de encuentro los intereses legítimos de los agricultores mexicanos, a quienes dañan severamente (e igual a los mineros).
Uno de los políticos predilectos de EU, Adán Augusto López, presumió horas antes ser el conductor de la aplanadora, cuando afirmó orondo que, previo a la discusión (ya concluida con la “sorpresa” de que la nueva Ley fue aprobada por el Senado sin cambiarle una coma), no escucharía ni atendería a los líderes de las agrocámaras. ¿Qué creen que va a pensar el Gobierno de Trump? ¡Si así tratan a sus propios ciudadanos, ¿qué les espera a los empresarios norteamericanos?!
Sólo hay una forma de evitar la tunda que nos espera en la “renegociación” del T-MEC: darle para atrás a la sarta de tonterías mal llamadas “reformas” que han aprobado con su ilegal aplanadora, sobrerrepresentada tras una mañosa maniobra.
Las pifias cuatroteístas forman un remolino en el que todo cabe: la queja de la Cámara de Comercio de EU, el agandalle del agua por parte de la 4T y la formación de un “nuevo Consejo empresarial” para promover la inversión ante el hundimiento de nuestra economía. Aquí, en China y en la Conchinchina, la inversión requiere las mismas reglas, certeza y confianza.
Los pezzonovantes que se integran a este Consejo Empresarial, en el cual la ausencia del nominal Secretario de Economía, Marcelo Ebrard, fue opacada por la niña prodigio, Altagracia Gómez, no va a mover la aguja, ello porque, si no existen las condiciones para la inversión norteamericana, tampoco las habrá para la mexicana. (Salvo los capos de los cárteles de la droga y del huachicol, que sí reciben todas las garantías.)
Si no cambia este Gobierno el entorno de inversión a suelo parejo, no habrá inversión, ni de adentro ni de afuera, punto. Los genios cuatroteístas piensan erróneamente que pretextando soberanía pueden hacer lo que quieran dentro de un Tratado internacional cuya razón de ser es la igualdad de trato.
Condición que desapareció la 4T al aplicar su ideología “Made in La Chingada”: mucho tememos que la presidenta Sheinbaum sufrirá el desengaño de numerosas reuniones, con Trump y con empresarios, que escasos frutos le rendirán, a menos que reconozca que la pelota está en su cancha, no en la ajena.